Si en la foto de arriba aciertas a divisar a un perro de blanco pelo algodonado deslizándose grácilmente por el cielo y soplando juguetonamente a las nubes, creo que has llegado al blog adecuado.

El poeta francés Paul Eluard dijo que hay otros mundos pero que están en éste. Yo también creo que en mi propio mundo hay muchos otros mundos. Desde las ventanas abiertas a mi imaginación veo entrelazarse entre sí a los mundos de mi mundo y, a su vez, unirse en frágil e imperfecta armonía con esos otros mundos que en el mundo son.

BLOGS DE JOAQUÍN JOSÉ FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ

jueves, 15 de septiembre de 2011

De la ciudad y el tiempo


El paso del tiempo, ese imperceptible pero tenaz devenir del pasado en futuro, afecta en igual medida a la ciudad y a sus habitantes. Pero no es éste el tiempo del que quisiera aquí ocuparme: me dice realmente poco la experiencia de la cotidianeidad en la que hombre y ciudad andan sumidos, y con demasiada frecuencia mal avenidos. Me interesa otro tiempo bien distinto, aquél que el ser humano tiene la potestad de imponer sobre el espacio urbano en el que ha vivido, vive y vivirá. Ese otro tiempo aristotélico, carente de toda existencia autónoma, que se compone de los eventos que jalonan la existencia del hombre, eventos cuya naturaleza esencial radica en la transformación del principio en final y del final en principio. Este tiempo de los eventos o estos eventos en el tiempo son los que, en última instancia, conforman nuestra particular percepción de la ciudad: ciudad recordada, ciudad en construcción, ciudad imaginada en las acciones que fueron, son y serán. Cuando, en los años 50 del pasado siglo, se tomó la fotografía (arte del tiempo detenido) de una de las arterias centrales de la ciudad de Huelva que encabeza esta entrada, yo no existía, pero ya estaba allí prefigurado en cierto modo, porque por esa calle caminaban ya algunos de los integrantes de mi más próximo círculo vital. Hace ahora dos veranos, en uno de mis cada vez más espaciados retornos a mi ciudad natal, pasé por el mismo lugar de la foto; en realidad, no fue hace dos veranos, fue en un momento impreciso de ese otro tiempo, el que se alimenta de la memoria no vivida sino heredada del imaginario colectivo de los habitantes de la ciudad. Sin estar, el bar de la esquina con sus veladores, su camarero con blanca chaqueta y sus clientes permanecían allí inamovibles, mientras yo transitaba por su lado en compañía de otros moradores del aquí y ahora. En el tiempo cronológico, aquellos integrantes de mi círculo vital ya no están, pero yo sí que estoy. Si quiero volver a verlos, sentirlos en mi proximidad, sólo tengo que recorrer el corto trayecto que, en mi interior, conduce hasta la ciudad construida por la arquitectura de la imaginación. Mientras tanto, la ciudad de hormigón y hueso no altera sus constantes vitales, y en su presente sigue aconteciendo esa interminable concatenación de hechos que, cuando así lo decidan sus habitantes, se transmutará en tiempo rememorado, fabricado, imaginado, como parte integral del proceso de reinvención del espacio que nos alberga y que obstinadamente se muta para permanecer invariable en el otro tiempo.


TEXTOS E IMÁGENES SOBRE LA CIUDAD Y EL TIEMPO

“Los edificios y las ciudades nos permiten estructurar, entender y recordar el flujo informe de la realidad, así como, en última instancia, reconocer quiénes somos. El sentido del yo nos permite entrar plenamente en las dimensiones mentales de los sueños, la imaginación y el deseo. Los edificios y las ciudades proporcionan el horizonte necesario para comprender y confrontar la condición existencial del ser humano”.

[Juhani Pallasmaa. “The Eyes of the Skin”]


“Sam Shaw –fotógrafo, productor de películas y animador de actores- tiene todavía recuerdos precisos de Marilyn Monroe que resultan vagos ante sus fotos precisas. Caminando por Manhattan, cerca del Parque Central, a comienzos del verano me dijo Sam señalando: “En uno de esos bancos le hice unas fotos a Marilyn. Era verano”.

[Guillermo Cabrera Infante. “Beldad y mentira de Marilyn Monroe”, de su libro “Cine o Sardina”]


“Comenzaba a amanecer cuando Gabriel Luna llegó ante la catedral. En las estrechas calles toledanas todavía era de noche. La azul claridad del alba, que apenas lograba deslizarse entre los aleros de los tejados, se esparcía con mayor libertad en la plazuela del Ayuntamiento (…) Gabriel contemplaba con cariño el templo silencioso y cerrado, donde vivían los suyos y había transcurrido lo mejor de su vida. ¡Cuántos años sin verlo! ¡Con qué ansiedad aguardaba a que abriesen las puertas…! Había llegado a Toledo la noche anterior en el tren de Madrid (…) No había podido dormir. Le quitaba el sueño verse en su tierra después de tantos años de aventuras y miserias".

[Vicente Blasco Ibáñez. “La catedral”]


“Por mucho que oficialmente “Of Time and the City” sea un encargo realizado para conmemorar la designación de Liverpool en 2008 como Capital Europea de la Cultura, no hay duda de que estamos ante el más insólito de los encargos. O ante el más atípico y personal de los filmes institucionales (que se suponen deben ser neutros, asépticos e imparciales), pues sí, efectivamente, Terence Davies nos habla de Liverpool. La película es un retrato de la ciudad, un recorrido histórico que arranca en 1945 y concluye a finales de los años sesenta, lo que podríamos llamar los “años Davies”: de ahí que la producción institucional acabe por devenir la más apasionante de las autobiografías filmadas. Tres décadas y media después de su partida, el cineasta vuelve a la moderna Liverpool. No queda nada de aquella “dirty old town”, pero sí mucho desarraigo, esa sensación de que todos los lazos con el pasado y con el lugar se han roto”.

[Jaime Pena. “Of Time and the City: Dirty Old Town”. Cahiers du Cinema España, nº 15]

Dos fragmentos de la película documental "Of Time and the City" (Terence Davies.2008)





miércoles, 7 de septiembre de 2011

¿Cómo pudo vernos este hombre?


En el año 1979 el común de los mortales vivía sin PC, internet, e-mail, Facebook, teléfono móvil, etc. En ese mismo año 1979 el filósofo italiano Riccardo Campa (en la foto) debió de tomar prestada la Máquina del Tiempo de H. G. Wells y venir a echarnos un vistazo:

“El progreso tecnológico y una especie de infantilismo tejen la trama del impulso y de la dimensión social del hombre moderno; éste es, a la vez, siempre más fuerte y más indefenso; y no puede recurrir a una espiral de remedios que lo encierran en un contexto de relaciones virtuales, desvanecidas, que no puede renegar. Se ve obligado a vivir una “existencia diferida”, cargada de signos y de perspectivas. Esto explica la poca capacidad de control del yo con relación a las innumerables posibilidades que logra representar, casi siempre ficticiamente y a posteriori: su negación, su conversión en lo opuesto y su proyección al exterior promueven actitudes antisociales y disolventes. La satisfacción parcial de sus propias tendencias universaliza al individuo, lo eleva a la categoría de mártir y adepto de una casta secreta e inmensa.”

[Riccardo Campa (1979) “Las nuevas herejías”, pp. 202-3]

Lars Von Trier desencuadrado



LARS VON TRIER DESENCUADRADO


Leo en el nº 47 de Cahiers du Cinema un artículo de Adrian Martin, Profesor del Departamento de Estudios de Cine y Televisión de Monash University en Melbourne y coeditor de la revista cinematográfica online ‘Rouge’. Sorprenden sobremanera a Martin las opiniones que sobre el concepto del “encuadre” en el cine realiza el director danés Lars Von Trier en una entrevista incluida como extra en el DVD de su película de 2006 “El jefe de todo esto” y que Martin glosa de esta manera: “El dogmático danés (…) dice que se ha ido dando cuenta con el tiempo, hasta convencerse del todo, de que el concepto de “encuadre” no tiene ninguna lógica, ningún sentido (…) Von Trier no solo estaba diciendo que encuadrar planos le aburre, que es algo anticuado, o que le roba demasiado tiempo. Más bien, deja claro que encuentra el propio concepto del encuadre en el cine no solo ilógico sino también opresivo: la última constricción contra la que hay que luchar”. En el mismo número de Cahiers podemos leer a Carlos F. Heredero, su director, escribir sobre “la vitalidad creativa que destila esa ‘pequeña gran pantalla’ en la que se ha convertido la cantera de la ficción televisiva norteamericana”. Precisamente, en estos días ando inmerso en el visionado de una de las series a las que se refiere Heredero con su comentario, ‘Mad Men’. Me pregunto lo que dirían los responsables de la misma si se les plantea la cuestión de que los planos milimétricamente encuadrados de “El apartamento” de Billy Wilder, encuadrador de encuadradores –las infinitas filas de mesas de oficina en gran angular, los pictóricos primeros planos del ascensor que maneja Shirley MacLaine, la poética penosa imagen de Jack Lemon soportando el frío invernal en la calle y mirando hacia la ventana encendida de su propio apartamento mientras otros lo disfrutan, etc- son anticuados, ilógicos, carecen de sentido, oprimen, constriñen. Las carcajadas deben de resonar todavía por Madison Avenue. Estimado Lars: encuadrar o no encuadrar; no es éste el principal problema que, en mi modesta opinión, debe de resolver el séptimo arte en estos momentos, más bien filmar o no contenidos de verdadera calidad artística y cinematográfica que, posteriormente y a gusto del director, puedan enmarcarse o presentarse en bruto.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Carver, levitación y lluvia de septiembre





Primer día de actividad tras las vacaciones estivales. Es un día extraño que contiene las dosis justas de extrañeza que la vuelta a la normalidad puede admitir, aunque quizá potenciadas por la contumaz presencia de una tormenta de verano que dibuja de postal de invierno la ciudad. El cerrado microcosmos del autobús parece haberse dividido en dos bandos irreconciliables: los que aún lucen moreno playero en vías de extinción y llevan manga corta y los que esconden su blancura urbanita tras las hojas de la prensa gratuita y han tirado precipitadamente de fondo de armario otoñal. Un día que prometía pocas emociones da de pronto un giro inesperado. Mientras hago las copias del examen que tengo que realizar, dirijo la mirada hacia el desvencijado mueble que alberga el bookcrossing, más utilitario que altruista, que se practica en mi departamento. Entre viejas y polvorientas revistas carentes de interés alguno encuentro un ejemplar en el original inglés de 'Cathedral', el famoso libro de historias cortas de Raymond Carver, una aguja encontrada en un pajar, sin duda. Terminado el examen, recorro las fantasmagóricas baldosas de un desolado pasillo. De pasada, puedo ver a dos personas con semblante de alumnos extranjeros despistados mirando hacia el interior de un aula. En rústico e improvisado cartel pegado en la puerta de la misma reza lo siguiente: “No poner los pies en el suelo”. El añejo piso de desvencijadas láminas de madera acaba de ser barnizado. Hasta ahora conocía el Aula de la Experiencia, concebida para hacer llegar los saberes universitarios a las personas mayores. Leído lo leído en el cartel en cuestión, parece que este año se inaugura el Aula de la Levitación; espero que haya suficientes levitadores dispuestos a matricularse que justifiquen la celebración de la misma. Ya en la calle, la lluvia de septiembre va trazando a golpe de líquidos círculos en el suelo la resbaladiza vereda que me lleva hasta la parada del autobús para volver a casa. A media parada le falta el techo, así que me resguardo en la otra mitad. Amenizo la espera del público vehículo viendo cómo los apresurados viajeros que llegan a la parada al cobijo de su paraguas suspiran aliviados y lo cierran, para de inmediato comprobar sorprendidos que siguen mojándose. Han elegido el lado equivocado del imperfecto elemento de mobiliario urbano. El centímetro cuadrado de suelo en el lado en que me encuentro empieza a pagarse bien caro. Ojeo la contraportada del libro de Carver y leo que en sus historias el autor estadounidense nos revela el mundo tal y como él lo ve. En el interior descubro en muchas páginas las anotaciones al margen del antiguo propietario. En varias se repite la palabra “epifanía”. Yo he escrito aquí de lo que he visto hoy: la epifanía de una ciudad que a regañadientes recupera su pulso normal.