Si en la foto de arriba aciertas a divisar a un perro de blanco pelo algodonado deslizándose grácilmente por el cielo y soplando juguetonamente a las nubes, creo que has llegado al blog adecuado.

El poeta francés Paul Eluard dijo que hay otros mundos pero que están en éste. Yo también creo que en mi propio mundo hay muchos otros mundos. Desde las ventanas abiertas a mi imaginación veo entrelazarse entre sí a los mundos de mi mundo y, a su vez, unirse en frágil e imperfecta armonía con esos otros mundos que en el mundo son.

BLOGS DE JOAQUÍN JOSÉ FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ

jueves, 14 de julio de 2011

Hombre con gorra en foto nupcial


Es idea muy extendida que en las cocinas de los pobres se da una suerte de solidaridad que está totalmente inédita en los salones de los ricos: donde comen cinco comen seis, sácale un platito de puchero a la vecina del segundo, que está con la gripe. Parece que al ser humano le es más fácil repartir su modesta escasez que su indecente abundancia. En la Italia y la España de los años 50 había muy poco que repartir, pero se repartían hasta las migajas. He utilizado el peculiar concepto de la solidaridad del necesitado como mero botón de muestra de una teoría personal de algo de más calado: el pobre es ante todo pobre, antes que hombre o mujer, joven o anciano, italiano o español. O dicho de otra manera, los pobres son casi iguales en todos sitios. Esto explica la realización en España, como pez en el agua, por parte del director italiano Marco Ferreri de dos filmes señeros del neorrealismo universal, ni español ni italiano: “El pisito” (1958) y “El cochecito” (1960). Si hubiera que encontrar alguna diferencia entre las películas “españolas” de Ferreri y las filmadas en la misma época por directores españoles, pongamos que Berlanga, podemos señalar el carácter algo más extremo tanto en la forma como en el contenido de las del italiano, más barroquismo si cabe y más acerada crítica social, normalmente expresada visualmente a través de escenas secundarias dentro de la escena principal, por donde se deslizan personajes demoledores e inmisericordes con la España del momento. De todos modos, dicha diferencia tiene fácil explicación: Ferreri venía de fuera y les “tenía menos respeto” a los censores que el que los españoles habían aprendido, a sangre y fuego, a tenerles por estos lares. Hoy 14 de julio se cumplían 45 años de la boda de mis padres. Con ese motivo he desempolvado las fotos del magno evento: la familia que posaba unida en glorioso blanco y negro permanecía unida, era de esperar, hasta que la muerte los separase. De las fotos de esa boda, respetuosamente dispuestas en un ya ajado álbum de pastas granates, pasé a otras instantáneas nupciales guardadas de manera más desordenada y azarosa en una antigua caja metálica de galletas. Al final apareció la que yo quería ver: foto de mi padre con unos amigos en una boda en Gibraleón (Huelva), finales de los 50 o primeros de los 60: de izquierda a derecha, con fondo campestre, mi padre, tres amigos que todavía puedo identificar y un hombre sonriente tocado con una gorra, modestamente vestido, que posa su brazo izquierdo sobre un coche negro aparcado a su lado. Menos mal que en su momento tuve la precaución de preguntarle a mi padre sobre la identidad del curioso individuo que cerraba la alineada fila de asistentes a las nupcias: “Es el taxista que nos llevó a la boda desde Huelva, porque ninguno teníamos coche y pagamos el taxi entre los cuatro. Como tenía que esperarnos para volver a llevarnos a casa, el hombre se quedó en la boda, estuvo en la iglesia, se sentó y comió con nosotros en la mesa durante el banquete y hasta salió en las fotos. Después cuando nos veía por Huelva no veas los saludos que nos hacía”. Vuelvo a mirar la imagen y lo que contemplo no es ya una foto, es un fotograma de una película neorrealista, italiana o española (lo dejo a vuestra elección); ¡ah! se me olvidaba, tampoco veo ya al jovial taxista engorrado, veo a Pepe Isbert, a Manolo Morán o a Totó, ustedes mismos.

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