Si en la foto de arriba aciertas a divisar a un perro de blanco pelo algodonado deslizándose grácilmente por el cielo y soplando juguetonamente a las nubes, creo que has llegado al blog adecuado.

El poeta francés Paul Eluard dijo que hay otros mundos pero que están en éste. Yo también creo que en mi propio mundo hay muchos otros mundos. Desde las ventanas abiertas a mi imaginación veo entrelazarse entre sí a los mundos de mi mundo y, a su vez, unirse en frágil e imperfecta armonía con esos otros mundos que en el mundo son.

BLOGS DE JOAQUÍN JOSÉ FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ

domingo, 17 de julio de 2011

Lecturas estivales


Llega la estación estival y, cogidas de su mano, las así denominadas “lecturas de verano”. Pretender establecer, dentro del complejo, multifacético y casi inabarcable universo de los libros y la lectura, categorizaciones taxonómicas basadas en las arbitrarias particiones -naturales o artificiales- de eso que llamamos “año” me parece un inmenso error de partida: “lecturas de verano”, “lecturas de otoño”, “lecturas de invierno”; o “lecturas de vacaciones”, que igual nos sirven para un roto que para un descosido, para ser leídas tanto en la butaca, al amor de la lumbre en las frías y oscuras jornadas del asueto navideño, como en la hamaca, con la sedosa caricia de la brisa del estío en la cara y los rítmicos arrullos de las olas en los oídos. Sin embargo, es práctica habitual y extendida que, en cuanto alcanzamos las primeras estribaciones de junio, se nos ofrezcan por doquier –periódicos, suplementos semanales, revistas de libros, programas culturales de radio o televisión- útiles consejos y recomendaciones para el correcto disfrute de la experiencia lectora durante la tórrida estación: best-sellers que todo el mundo en la oficina menos tú ha leído ya (¡hay que dar salida al producto, bueno o menos bueno, que tanto cuesta colocar en la sacrosanta mesa de novedades!); antologías de poesía, a ser posible de amor y bien generosas en el paginado; literatura para el escapismo (¡aunque en muchos casos no quede claro de lo que escapamos y hacia dónde lo hacemos!), en el tiempo –sufrida novela histórica- y en el espacio –novela de aventuras y libros de viajes; es aquí donde cada verano me pregunto a la almodovariana manera “¿qué han hecho los pobres Sir Walter Scott, Robert Louis Stevenson, Alejandro Dumas, Julio Verne o Emilio Salgari para merecer esto?”. ¡Ah! Y no debemos olvidarnos de meter en la maleta un par de libros de autoayuda, que nunca están de más. Dados los peculiares acontecimientos acaecidos de mayo para acá, quizá sería recomendable que uno de los dos sea de “autoayuda colectiva”, ¿qué tal el “¡Indignaos!” de Stéphane Hessel, que es baratito y pesa muy poco?. Obviaré comentario en profundidad de esos tan socorridos “relatos de verano” (a veces por entregas al modo decimonónico) con los que la prensa diaria consigue rellenar algunas de las páginas de sus raquíticas ediciones agostíes: no conviene despertar a la bestia dormida. Aunque las generalizaciones son siempre injustas (quizá por eso se hagan), un denominador común parece vertebrar las variopintas ofertas de lectura estival: libros para el solaz, para el entretenimiento, fáciles de leer (¡entrañable esta ultima categoría!), que no interfieran con nuestro bien merecido descanso y que no pongan a prueba nuestra mente, que necesita echar el freno después de un inmisericorde año de incesante y extenuante trabajo. Seguir tamañas pautas de lectura durante el verano creo que es hacer exactamente lo contrario de lo que debería hacerse. El tramo final de los días laborables de nuestras largas semanas de otoño, invierno o primavera no parece el momento más adecuado para embarcarse en lecturas exigentes, de enjundia; ni siquiera el psicológicamente exiguo fin de semana del resto del año lo parece tampoco. Sin embargo, los días de las vacaciones estivales, inmensos, tranquilos, con el horizonte limpio de molestos nubarrones, son los que ponen ante nosotros en bandeja de plata una oportunidad inmejorable para acometer retos lectores de altos vuelos, de los que absorben de verdad y llaman a rebato a nuestro cinco sentidos. Es esto lo que siempre trato de hacer una vez cruzada la mediana de julio. Aun sabiendo que no podré con todos, este verano me he retado a duelo lector con, entre otros, Marcel Proust (“Remembrance of Things Past”; traducción al inglés de su seminal obra), con Julio Cortázar (“Rayuela”; echaré a cara o cruz el orden de lectura de los capítulos y que sea lo que el azar cortazariano quiera) y con Jorge Yarce y sus editados (“Filosofía de la comunicación”; dos pasiones mías en comunal abrazo en la misma obra). A los devotos y nostálgicos de las lecturas “estacionales”, a quienes evidentemente no habrán convencido mis argumentos, les juego en su propio terreno pero con mi balón: para las vacaciones de agosto, recomiendo “Canción de Navidad” de Charles Dickens, y para las de diciembre, “Verano y humo” de Tennessee Williams.

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