Si en la foto de arriba aciertas a divisar a un perro de blanco pelo algodonado deslizándose grácilmente por el cielo y soplando juguetonamente a las nubes, creo que has llegado al blog adecuado.

El poeta francés Paul Eluard dijo que hay otros mundos pero que están en éste. Yo también creo que en mi propio mundo hay muchos otros mundos. Desde las ventanas abiertas a mi imaginación veo entrelazarse entre sí a los mundos de mi mundo y, a su vez, unirse en frágil e imperfecta armonía con esos otros mundos que en el mundo son.

BLOGS DE JOAQUÍN JOSÉ FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ

martes, 12 de julio de 2011

Mi 25% de felicidad diaria


Preguntado sobre la felicidad, oí a un escritor decir en televisión lo siguiente: "Para mí, disfrutar de cuatro momentos de felicidad al día es suficiente para considerarme feliz". Esta tarde ya completé mi 25% de felicidad diaria: mientras merendaban en casa mi hija y una amiga suya, les leí a Juan Ramón Jiménez, en concreto el capítulo LIII de "Platero y yo":

ALBÉRCHIGOS

Por el callejón de la Sal, que retuerce su breve estrechez, violeta de cal con sol y cielo azul, hasta la torre, tapa de su fin, negra y desconchada de esta parte del Sur por el constante golpe del viento de la mar; lentos, vienen niño y burro. El niño, hombrecito enanillo y recortado más chico que su caído sombrero ancho, se mete en su fantástico corazón serrano, que le da coplas y coplas bajas:

...con grandej fatiguiiiyaaa
yo je lo pediaaa...

Suelto, el burro mordisquea la escasa hierba sucia del callejón, levemente abatido por la carguilla de albérchigos. De vez en cuando, el chiquillo, como si tornara un punto a la calle verdadera, se para en seco, abre y aprieta sus desnudas piernecillas terrosas, como para cogerle fuerza, en la tierra, y, ahuecando la voz con la mano, canta duramente, con una voz en la que torna a ser niño en la e:

-¡Albéeerchigooo!...

Luego, cual si la venta le importase un bledo -como dice el padre Díaz-, torna a su ensimismado canturreo gitano:

...yo a ti no te curpooo,
ni te curparíaaa...

Y le da varazos a las piedras, sin saberlo...

Huele a pan calentito y a pino quemado. Una brisa tarda conmueve levemente la calleja. Canta la súbita campanada gorda que corona las tres, con su adornillo de la campana chica. Luego un repique, nuncio de fiesta, ahoga en su torrente el rumor de la corneta y los cascabeles del coche de la estación, que parte, pueblo arriba, el silencio, que se había dormido. Y el aire trae sobre los tejados un mar ilusorio en su olorosa, movida y refulgente cristalidad, un mar sin nadie también, aburrido de sus olas iguales en su solitario esplendor.

El chiquillo torna a su parada, a su despertar y a su grito:

-¡Albéeerchigooo!...

Platero no quiere andar. Mira y mira al niño y husmea y topa a su burro. Y ambos rucios se entienden en no sé qué movimiento gemelo de cabezas, que recuerda, un punto, el de los osos blancos…

-Bueno, Platero; yo le digo al niño que me dé su burro, y tú te irás con él y serás un vendedor de albérchigos..., ¡ea!

[Nota publicada originalmente en Facebook el 11 de junio de 2011]

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